Entrevista a Eduardo Lombardi Escayola: “No es lo mismo venganza que justicia”

Durante 40 años Eduardo Lombardi Escayola se dedicó a impartir justicia. Apenas se recibió de abogado inició su actividad como juez, que finalizó hace 7 años como presidente del Tribunal de lo Contencioso Administrativo, uno de los máximos cargos de la judicatura.

Pero alguna vez, antes de eso, quiso trabajar en el campo, formó un grupo de folclore con su hermano y dos amigos, y comenzó a jugar al básquetbol, un deporte que sigue practicando. De su profesión, del nuevo Código Penal y de cómo descubrió su vínculo familiar con Carlos Gardel conversamos en esta entrevista.


- ¿Cómo descubrió el interés por la que sería luego su profesión?
- Ya estuvo casi desde el comienzo la vocación de estudiar Derecho. Curiosamente en cuarto año de liceo mi alternativa era la abogacía o la agronomía ¡nada que ver! Y opté por abogacía.

Mi período como estudiante no fue muy brillante. Estuve varios años para recibirme, mientras estudiaba en la Facultad trabajé, me casé, tuve hijos y todo eso fue postergando la finalización de la carrera. Culminé la carrera y ya estaba en ese momento vinculado al poder judicial trabajando como funcionario.


- O sea cuando se recibió ya era funcionario judicial...
Empecé a trabajar bien joven; a los 18 años ya estaba trabajando en distintas cosas pero a esa altura tenía unos años trabajando como funcionario judicial. Por lo tanto cuando me recibí de abogado ya tenía prácticamente la inclinación de dedicarme a la carrera de la judicatura. De hecho estuve habilitado para ejercer la profesión de abogado una hora: juré como abogado y a la hora me habían nombrado juez. Y desde ese momento fue mi actividad y una vocación que se fue afirmando cada vez más. 


- ¿Y por qué la otra opción fue la agronomía?
- Por no saber de qué se trataba, bien cosas propia de los 15 años.


- ¿Había alguna vinculación con el campo? ¿Dónde nació usted?
- Si bien nací en Montevideo- fui el primer hijo del matrimonio- mi familia vivía en Minas porque mi padre era arquitecto en la intendencia de Lavalleja y vivimos allí hasta mis cincos años. Mis recuerdos de la infancia son de Minas. Luego vinimos a Montevideo, justo con el comienzo de la escuela.
No había un vínculo directo con el campo, sin embargo fue algo que siempre me gustó, me atrajo la idea de la actividad rural. Pero fue un chispazo nada más porque la realidad es que cuando entré a la Universidad rápidamente me volqué para el lado del derecho y a pesar de las intermitencias la idea era terminar y trabajar.
Decía que a los 18 años ya empezó a trabajar ¿cuál fue su primer empleo?
Entré a trabajar en una empresa que había fundado mi abuelo pero que ya no tenía nada que ver con la familia. Era una fábrica de perfumes. Mi abuelo, Lombardi, que había tenido bastante éxito en el comercio, había traído una marca española de perfumes, fabricaba y distribuía en Argentina y Brasil. Esa empresa, después que él falleció, salió de la órbita familiar pero mi padre mantenía contactos ahí y me dieron una especia de "bequita". Trabajé unos meses en la administración y después dejé porque me di cuenta que el favor ya estaba hecho, así que dejé a ese gente en libertad y me fui (risas) Después fui picoteando en algunas otras actividades: di clases de música, de guitarra; me gustaba mucho la guitarra como aficionado. También en una empresa grande, en la parte administrativa, era una fábrica de cartón. Y también trabajé dos o tres años en una escribanía; una actividad más vinculada mis estudios.


- ¿Cómo lo prepararon todas esas experiencias para después ejercer la profesión?
- Es un enriquecimiento personal en cuanto a conocer a la gente en distintos ámbitos, no centrarse únicamente en lo que uno hace. Para mí me abrió un poco la cancha, entendí que el mundo no se centra solamente en lo que un estudia, entonces le permite ver otros tipos de manera de ser, de pensar, en distintos niveles.


- ¿Dio clases de guitarra también?
- Eso fue caradurismo (risas) Con mi hermano y dos amigos nos habíamos embalado y habíamos formado un grupo folclórico. Había mucho entusiasmo por ese tipo de música y gente que quería aprender a tocar la guitarra; y como me salía bastante bien alguien me dijo "¿por qué no das clase?" Fue unos meses nada más.


- Lleva el apellido Escayola que tiene vinculación con otra guitarra y una figura muy reconocida...
- Con Carlitos


- Con Carlos Gardel ¿cómo se entera que es familiar de Gardel?
- Nos enteramos a raíz de unas publicaciones que empezaron a salir en el diario El País por parte de un periodista de apellido Silva que se firmaba Avlis. Él había hecho investigaciones y empezó desarrollar la teoría de que Gardel era uruguayo, que había nacido en Tacuarembó y era hijo de un señor Escayola que resultaba ser mi bisabuelo. Eso motivó mucho interés en el tema y luego los estudios que se hicieron posteriormente aparentemente lo confirmarían. Yo estoy convencido de que es así.


- ¿En la familia no se hablaba de eso?
- No, no se hablaba. Se ve que había una especie de pacto de silencio entre los que conocieron la situación porque estamos hablando de tres generaciones atrás. Mi mamá sería sobrina de Gardel. Ella era nieta del coronel de Escayola. Pero era un tema que nunca había salido en la conversación familiar; tampoco en casa se escuchaba Gardel. A mi me gustaba pero me empezó a gustar por las mías ya cuando estaba medio vinculado con la música folclórica.
Ahora hay cantidad de libros escritos sobre el tema, algunos con argumentos muy sólidos. Para mí es bastante convincente la argumentación. Se sigue discutiendo y se seguirá discutiendo. La historia es bastante triste porque fue producto de una suerte de violación del coronel Escayola a su cuñada menor de edad.


- Eran tres hermanas ellas ¿no?
- Tres hermanas. Escayola se casó con las tres sucesivamente. Siendo viudo de la primera, que falleció prematuramente, y estando casado con la segunda hermana, habría tenido esa relación con la cuñada, que era adolescente. Al quedar embarazada la apartan de la familia, nace el niño por algún lado, al tiempo la muchacha vuelve y el niño queda por ahí. Él aparentemente lo mantuvo en los primeros años pero después se desentendió por completo del chiquilín y vino esta francesa, Berta Gardes, y se lo llevó a Buenos Aires.


- Volviendo a su actividad profesional ¿ahora está dando clase?
- Sí, tengo la docencia universitaria en Derecho Penal, que es la única actividad relativa a mi profesión que me queda después de haberme retirado de la judicatura.


- ¿Cuántos años fueron?
- Casi 40 años; me retiré siendo presidente del Tribunal de lo Contencioso Administrativo, uno de los máximos cargos de la judicatura. Y me retiré por cumplir 70 años porque según la Constitución a los 70 hay que irse. Me quedé con la actividad docente que me gusta, es una forma de mantenerme vinculado a lo que he hecho siempre pero también tiene su tiempo, en algún momento voy a terminar.


- ¿Y en esos 40 años cuáles fueron los momentos más difíciles que tuvo que enfrentar?
- Yo estuve muchos años en el fuero penal y me tocó trabajar antes, durante y después de la dictadura; o sea que tengo una visión bastante amplia del tema y pude apreciar la dificultad que se planteaban en todas esas etapas. Porque aun antes había problemas para llevar adelante la tarea y las hay hoy en día también
En el relacionamiento con las demás autoridades, particularmente la policía, no tuve casi nunca problema, ni aún en dictadura tuve mayores problemas. A veces me daban más trabajos los abogados que defendían a algún sujeto que lo que me podía representar la función en sí misma o el cargo.
Tiene sus sacrificios porque es muy atrapante. Estando de turno no había hora de sueño, de descanso; de pronto a las tres de la mañana me llamaban para darme cuenta que había aparecido un cadáver en algún lado y había que ir al lugar; pero era joven y había que hacerlo.


- ¿Cómo lo gestionaba a nivel psicológico o emocional? porque estaba en contacto con situaciones muy duras
- Se acostumbra uno, se termina acostumbrando aún a las cosas más impactantes. Obviamente que las muertes violentas siempre tienen un entorno muy dramático pero es un trabajo; no quiere decir que se pierda el valor de las cosas pero es un trabajo y alguien tiene que hacerlo. Ese alguien en ese momento era yo.
Uno se termina introduciendo en lo que es la realidad del mundo, no solamente en la que uno tiene a su alrededor y ha creado por sí mismo. Eso me vinculó también a la medicina-más allá de mi hermano Raúl que, por supuesto que como médico, teníamos conversaciones sobre el tema- pero más que nada con los médicos forenses. A tal punto que me invitaron para ser profesor en la Facultad de Medicina en el posgrado de medicina legal, y me invitaban a eventos para tratar temas vinculados al derecho y a la medicina.


- ¿Cómo ve el nuevo código penal?
- Con preocupación porque no responde a las expectativas, que las tuvo, pero verdaderamente me preocupa los problemas que está generando en la aplicación práctica. No se trata solamente de dar garantías, que eso es muy importante, pero las garantías tienen que percibirse en el resultado. Y además creo que no se ha valorado adecuadamente la respuesta penal, en el sentido de que se han instituido mecanismos que desvirtúan la respuesta penal. Históricamente el delito es una cosa repudiada, rechazada, entonces si alguien comete un delito y, por ejemplo- como fue un caso muy comentando- que lo castiguen mandando a hacer tortas fritas es casi una burla. Entonces la opinión que genera ese tipo de decisiones es negativa. En ese sentido creo que necesita ajuste importante todo el sistema del proceso penal para poder de alguna manera adecuarse a lo que la gente espera.


- Es como una desconexión...
- Exacto, hay una desconexión. Porque hay escalas de valores que son aceptadas sin que sean escritas, que todos aceptamos, Esas reglas implícitas que están en la vida en sociedad tienen que tener una adecuación a la hora de enfrentar a quien ha violado seriamente las reglas de convivencia. Quien ha matado, ha robado, ha asaltado, ha violado, cometió hechos muy graves. Entonces las respuestas tienen que ser acorde y no parece en este momento que se esté actuando de ese modo.
Creo que en el momento de aplicar el código -y es una opinión muy personal- me da la impresión de que se valoran más algunos aspectos que tiene que ver con la repercusión social de la respuesta de la justicia, que lo que representa el episodio en sí mismo. Porque el delito tiene básicamente dos protagonistas: el delincuente y la víctima. Yo creo que se ha perdido un poco la visión de ese núcleo, se ha mirado más a la reacción de la sociedad en general que lo que representa ese delito para los protagonistas. Yo creo que ahí no ha funcionado; no funciona de manera adecuada.
Si alguien comete un delito del cual soy víctima, uno se siente agredido y espera una respuesta adecuada. No una venganza sino una respuesta adecuada a la gravedad del delito cometido. Si una persona va a mi casa y me roba y la respuesta del Estado es que el ladrón vaya a hacer torta fritas, me siento frustrado.
Tampoco la otra idea: matarlo, no. Es decir la respuesta adecuada a la estructura de nuestra sociedad, que es una sociedad democrática, liberal, que respeta los derechos de la gente.


- Ese otro extremo aparece mucho en las redes sociales...
- Claro, eso genera una reacción vengativa. No es lo mismo venganza que justicia. Entonces evidentemente es muy riesgoso y peligroso, de ahí a que se formen grupos como ha ocurrido en otros países que salen a "cazar" delincuentes o gente que ellos suponen delincuentes, linchamientos, ese tipo de cosas son peligrosas. Es decir, el Estado debe estar presente donde debe estar, ni más ni menos, y ese es un lugar.

 

Vínculo con el SMI


"Ingresé a la institución desde otra mutualista porque hace unos 20 o 20 y tantos años tuve un infarto-mi salud no es maravillosa precisamente-y estando en esa mutualista Raúl me propuso cambiarme porque yo no estaba conforme con la atención. El mismo médico que me atendía allí estaba en Impasa, así que me fui. Y desde entonces estoy en Impasa, en SMI".


Siendo adolescente Lombardi eligió su profesión y también un deporte que lo acompañó toda la vida: el básquetbol.

A los 15 años empezó a jugar en Sporting y ahora a los 77 ("y medio, porque a esta altura los medios años se cuentan", aclara) lo hace en el club Biguá y en los equipos de la Unión de Veteranos de Basquetball para defender la camiseta uruguaya. Con la selección participó en varios torneos internacionales, tanto panamericanos como mundiales.

"Me ha servido en la parte física, para el acondicionamiento, evitar el sobrepeso y mantener la máquina en funcionamiento. Y sirve también para la cabeza, para compensar el estrés o las situaciones del trabajo, y aliviar tensiones".

 

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